«En general, yo diría que el arte contemporáneo es… -el arte moderno valga decir más en general- es… “tiene la peculiaridad de que es” autorreflexivo; es decir: que en cada una de las obras de arte justamente las consideramos como “obras de arte” o “de las bellas artes” porque involucran todas ellas una interrogación acerca de qué es el arte, qué es lo que hace que consideremos a un objeto “artístico” (y a otro no-artístico); y, digamos, cada obra de arte es un poco esa misma pregunta. Es una manera de repetir la pregunta y hay una disciplina, que no solo es una disciplina sino una institución, que es la estética, que de alguna manera es, si no la respuesta a esa pregunta, pues sí por lo menos el conjunto de condiciones en las que se podría responder esa pregunta.
Lo que ha pasado con el arte contemporaneo es que justamente es una práctica que tiende a desbordar esos marcos. Tiende a salirse de esos marcos institucionales y entonces, por eso, produce una cierta desorientación que obliga a preguntarnos, una y otra vez, ante ciertas obras: “¿y esto es arte?”.» (J. L. Pardo)
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