insistiré una vez más


Tengo un problema, y el diccionario de la RAE (el “DRAE”) no me ayuda. Tampoco la memoria: cierto profesor mío resaltó tiempo ha una diferencia entre “elocuencia” y “retórica”. El diccionario no ayuda porqe, de “elocuencia”, dice “Facultad de hablar o escribir de modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir.”; y, de “retórica”, “Arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover.”, entre otras acepciones. La memoria tampoco porqe las palabras de aquel profesor no se me qedaron grabadas y la reconstrucción de su discurso qe voy a tratar de hacer carecerá de la precisión de cirujano experto qe otrora me hubo conmovido. Creo qe fue muy elocuente. Yo, seguramente, pecaré de retórico.

Puesta esta venda preventiva licéncieseme la venia para ejecutar la incisión, sin qe bajo el paraguas de patente de corso alguna guarde yo la intención de auto-autorizarme. “Retórica” y “elocuencia” tienen qe ver con el uso o manejo hábil de las palabras a la hora de construir o desvelar algo. Qien posee la virtud de la retórica es capaz de tejer una red de argumentos para sostener una conclusión. Por su parte, el elocuente es el capaz de hacer visibles las diferencias y similitudes existentes, los prejuicios qe tiñen la realidad y las consecuencias qe ella misma aventura. Así pues, los buenos dramaturgos y poetas son grandes retóricos, o deben serlo, pues de ellos esperamos y gracias a ellos disfrutamos del juego de imágenes, del valls de significantes y significados. En el discurso científico o político, en cambio, habremos de exigir la elocuencia, la presentación fidedigna de la realidad. En el uso cotidiano del lenguaje, con el qe esta pretenciosa performación de cirugía léxica aspira a no mezclarse, se habla de “abogados elocuentes” o de timos qe pudieron llevarse a cabo en virtud de la “elocuencia” de su agente. No podría ser de otra manera: el retórico será mejor retórico cuanto más consiga la apariencia de elocuente, es decir: el artificio será mejor artificio cuanta menos apariencia de artificio transporte. Decantar certeramente sobre qé subsuelo (retórica o elocuencia) se hilvana un discurso, incluso el propio en cada caso, supone una labor titánica semejante a aqella de llegar a saber si el motor de una acción es el cumplimiento del deber o un oculto resorte del egoísmo. “El juicio de intenciones: ese gran desconocido”: qisiera ser más claro en esta cuestión tan obscura, pero no puedo.

Ya he dicho qe la memoria no me qiere ayudar a aqilatar este delirio. Otro ejemplo: de nuevo recuerdo la explicación pero no qién la dijo. Se trata de ese experimento de psicología con monos en el qe diez o qince de estos mamíferos son encerrados en una habitación en la qe hay una escalera y, en lo alto de ésta, unos deliciosos bananos. Cuando uno de los monos sube hacia los bananos, el resto recibe una descarga eléctrica. Los monetes llegan a comprender la relación subir la escalera –> recibir dolor y empiezan a impedir a sus congéneres acceder al delicioso fruto. Se supone, además, qe los monos harán uso de la violencia para impedir qe nadie se atreva a subir. Llegado cierto momento, ningún mono tratará de subir la escalera.
Es entonces cuando empieza lo interesante: se reemplazó a uno de los monos “originales” por otro, qe nada más entrar a la habitación se dirige hacia la edénica escalera. Los demás se lo impiden con palizas de campeonato hasta qe el novato ceja en su empeño. Ahora viene lo interesantísimo: se van reemplazando uno a uno los monos hasta qe la totalidad de los presentes en la sala son monos advenedizos qe no han experimentado descarga eléctrica alguna, pero qe sin embargo siguen manteniendo el “orden social”, la norma de conducta por la cual cuando un mono trata de subir a la escalera el resto se lo impide con todas sus fuerzas.

En “Walden 2”, B. F. Skinner pone en boca del personaje principal una explicación de cómo los rebaños de ovejas son pastoreados. Al principio, se usaban cintas electrificadas para recortar el terreno en el qe se qería qe los dulces animalillos pastaran. Pasado cierto tiempo, ya no hacía falta electrificar la cinta: el rebaño ya no osaba acercarse a ella por razón alguna.

La película “Minority Report”, otra narración distópica como “Walden 2”, no es ningún jalón de la cinematografía, pero al igual qe todo pueblo (qe siempre tiene una casa bonita) o qe toda persona (qe siempre tiene alguna virtud) llegó a impactarme por medio de una frasecita la mar de curiosa, algo así como “el oráculo no tiene el poder, lo tienen los sacerdotes aunqe tuvieran qe inventarse el oráculo”. Las palabras, en tanto qe abanico de gruñidos, no significan nada por si mismas: hace falta un intérprete qe las preñe de sentido; y como en cierto modo no nacimos ayer, sino qe lo qe somos, lo qe nos constituye (en sentido biográfico, no biológico), es una tradición qe viene de lejos (y qe, entre otras cosas, tiene una lengua) esa interpretación se resuelve inacabable. La tradición se plasma en nosotros en algo tan visible como los juegos de palabras, o simplemente los usos lingüísticos habituales. Para bien o para mal: los usos lingüísticos acaban imponiéndose e imponiendo conductas (de habla, pero también de otros tipos) heredadas, transgeneracionales, pues Dios no ha muerto para todos y, como señala Eguiar Lizundia, “aún perviven formas dualistas de pensamiento en las que se hace determinante el control de la palabra como herramienta clave para traficar con la realidad. Constantemente y desde todo tipo de tribunas se recurre a la contraposición entre el bien y el mal, vasco/español, nacional/inmigrante ilegal… con la intención de dibujar un mapa sesgado de la realidad que autónomamente ofrezca una explicación del hecho en cuestión. El objetivo final es que esta interpretación se convierta en un lugar común, una fórmula esperada por defecto como si de un arco reflejo se tratase. Una conclusión obvia por archisabida, no por su validez empírica o conceptual. Un tópico, en definitiva, que aunque no resista el más pueril contraste tenga la capacidad de operar en el subconsciente colectivo hasta constituir casi una respuesta de sentido común.”(1).

Hablamos como nos hablaron, aunqe, con Lamarck, sabemos de “la existencia de una fuerza plástica verdaderamente activa, inicial en relación a las adaptaciones: una fuerza de metamorfosis.”(2). Así, al mismo tiempo qe imitan expresiones, los niños aprenden el funcionamiento de la gramática, y si el comparativo de “alto” es “más alto” el comparativo de “malo” habrá de ser “más malo”. Pero no: eso es una excepción y tras años de EGB, Primaria o como se llame el mecanismo de socialización competente se aprende a decir “peor”. Curiosamente, tras años de machaqe escolar nos encontramos con gentes, incluso universitarios, qe dicen “más grande” o “más bueno”: esto es: qe hablan mal. Hablamos como nos hablaron, y los errores tan comunes con las excepciones tienen qe venir de algún agente socializador qe a base de repetirlos con la insistencia propia del plebeyo hayan “colonizado la subjetividad” de los… televidentes. El lenguaje de los medios invade el hablar cotidiano del ciudadano. Así, por ejemplo, uno de los giros retóricos qe más usan los periodistas cuando se acerca elecciones, a saber: “Fulano le va a qitar votos a Mengano” se presenta en la conversación mundana. Para un lector de periódicos o un demógrafo, animado por el devenir de la estadística y los cambios “macro”-sociológicos (si es qe existe algo así como “lo micro-sociológico”), la expresión tiene un sentido claro y distinto. Para un ciudadano, en cambio, aceptarla es legitimar el robo, ejecutado a través del lenguaje, de su soberanía, representada en “su” voto. El voto es de los ciudadanos, no de los partidos. Insistiré una vez más: el voto es del ciudadano, no de ningún partido.

“Bueno hombre, ¡sólo es una forma de decirlo!”. Ya, lo sé: una forma de decirlo, esto es: retórica. “Bueno hombre, pero cualqier forma de decirlo será retórica”. Ya, claro, todo es igual, todo es lo mismo, no hay cosas mejores y peores, ni siqiera cosas “más buenas” y cosas “más malas”… mira, volvamos al principio…

(1)Lizundia, E. “Lugares comunes”, en “Togas y letras (Encuentro de textos)”, Isla Varia ediciones, 2006.
(2)Deleuze, G. “Nietzsche y la filosofía”, Anagrama, 1986 (p. 64).

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Una respuesta a insistiré una vez más

  1. paquidermia dijo:

    «¿Qúe es verlos censurar los unos a los otros?¿Qué diré del ladrar que hacen los cachorros y modernos de los mastinazos antiguos y graves? ¿Y qué de los que murmuran de algunos ilustres y excelentes sujetos, donde resplandece la verdadera luz de la poesía, que tomándola por alivio y entretenimiento de sus muchas y graves ocupaciones muestran la divinidad de sus ingenios y la alteza de sus conceptos a despecho y pesar de circunspecto ignorante que juzga de lo que no sabe y aborrece de lo que no entiende, y del que quiere que se estime y tenga en precio la necedad que sienta debajo de los doseles, y la ignoracia que se arrima a los sitiales?»
    Miguel de Cervantes

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